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miércoles, 26 de agosto de 2009

Las costuras de mi boda

Siempre he sido de las que juraba y perjuraba que jamás de los jamases me iba a casar. Yo sería una solterona empecinada en mi eterna soledad, digna y juerguista hasta las últimas consecuencias para acabar con los años siendo una vieja de los gatos, viviendo en un cuchitril de 30m2 con tropecientos mininos, que acabarían devorándome el día que muriera de una embolia cerebral.

Pero algo pasó. David pasó. Pasó por mi vida y allí se quedo. Y mira, que estaba muy a gusto. El respeta mi intimidad, yo la suya, compartimos el día a día con suavidad, sin altibajos, que en mi caso es mucho, siendo yo una asocial . Se amoldó a mi forma de ser (que es un gran sacrificio, con lo rarita que soy) y yo me adapté a su necesidad de tener gente a su alrededor (y él sabe que es un gran esfuerzo para mi, pero siempre con una sonrisa).

Y un día, estando los dos solos salió el tema de la forma más natural del mundo.

- ¿Y si..? ¿Te gustaría?
- Mi vida ya es tuya, ¿porque no firmarlo?
- ¿Pero a lo grande?
- No, no, algo pequeñito, que mucha gente me da urticaria...

Y así, en un par de meses preparamos una boda sencilla, íntima y familiar.

Tan sencilla que parte de la ropa que llevamos la hice yo.

El manto que llevaba David:

Capucha, manga elfica, pasamanería plateada y forro granate, que para algo mi vestido era color vino. La tela me encanto, un tipo de paño de seda, suavísimo y comodisimo de coser, muy agradecido.


























Mi manto, de terciopelo con detalles en pelo blanco. Idem capucha, mangas elficas, hasta el suelo. Mi experiencia con el terciopelo, no tan buena. Me falta domarlo, todavía.
























Y como no, me hice el cancan para dar volumen al vestido. Popelín blanco con tres capas de organza beige haciendo el cancan. Forro granate y cierre tipo corsé. La cintura es muy alta, casi debajo del pecho, para que pudiera hacer un efecto de cintura estrecha y se fuera ensanchando a partir de las caderas. Lo que más me costó y que no me dejo del todo conforme fue el cierre trasero, no me acabó de quedar bien.






















Pero aún y con todos los fallos que pude cometer, sabiendo que ni los mantos, ni la falda, ni las polainas (eso necesita un post entero) eran perfectos, sentí que gracias a esas prendas, la boda era realmente mía-nuestra, no una fiesta prefabricada con volantes y tarta de nata, cantidades ingentes de alcohol y discoteca con música machacona.

Y esa fue la última señal de que la persona que tenía a mi lado era la perfecta para mi.

Lo malo es que se me cerraba una puerta en el futuro: se acabó lo de ser la vieja de lo gatos. Con David por el medio ya no sería lo mismo...