Frio

¿Os habéis dado cuenta que ya hace frío? Por fin se puede pasear por la calle con la mejillas arreboladas y la bufanda subida hasta la nariz. Las manoplas se desempolvan y los esponjosos jerseis de lana salen del armario. Se aparcan sandalias y aparecen botas altas y abrigadas, polainas y cubrebotas, y los abrigos y chaquetas son los protagonistas.

Recuerdo el año pasado, cercanas estas fechas, un día que nevó en Madrid. Recuerdo salir a la calle para ir a trabajar y encontrarme la acera llena de nieve acabada de posarse. Esa sensación de frío cortante en la cara y una luminosidad blanca en toda la calle. ¡Daba pena romper la armonia, pero también disfruté quebrando los cristales de nieve con mis botas! Llegué al metro y noté el cambio en el ambiente. No es que la gente fuera más abrigada, ni que leyeran más o hablaran menos. ¡La gente sonreía! Nos sonreiamos entre nosotros como si compartieramos un secreto.  Había una corriente de complicidad y de repente no importaban las prisas, los retrasos ni el poco espacio del vagon. ¡Estaba nevando!

Al salir del metro la marabunta de ánonimos metro-usuarios se convirtió en una colección de exclamaciones y risas. Los coches cubiertos de nieve, la acera con los primeros surcos de pisadas, que la mayoría respetabamos por miedo a romper las dunas de nieve virgen, los copos blancos que humedecían los labios sonrientes de los madrugadores madrileños, el silencio sordo que provoca el frío y la nieve...

En fin, fué uno de esos pequeños milagros que te hacen pensar que la humanidad no está perdida del todo si es capaz de emocionarse por algo tan sencillo como agua cristalizada cayendo del cielo. Cierto es que solo duró un instante y que poco tiempo después esa pureza de convirtió en barro y las quejas empezaban a solaparse con las risas pero al menos se pudo ver un atisbo de esperanza ¿no?

La verdad, espero que vuelva a nevar este año.