Por cosas del destino (y mi mala coordinación, of course), ayer se acabó la comida de los gatos. Compramos en una tienda online que envia el pienso gratis a Madrid a precios muy buenos, y aprovechamos y pedimos un par de bolsas de diez kilos que nos duran un par o tres de meses.
El lunes ya había poquita pero hasta el miércoles no hice el pedido pensando que nos lo traerían el jueves o más tardar el viernes. Pero me llamaron ayer diciendo la marca que había pedido no les llegaba hasta el lunes. Sin problema, ya compraría una bolsa de comida pequeña cerca de casa para pasar el fin de semana. Pero me olvidé.
En fin, que llegué ayer a casa y me asaltaron cuatro fieras salvajes a base de marramiaus y frotamiento de rabos. No pude resistirme. Les puse lo que que quedaba de pienso, mientras me imaginaba como estarían de histericos por la mañana.
Y no me equivoqué. Desde las 5 de la mañana Furia ha estado rascando la puerta de nuestro cuarto con maullidos lastimeros. Cuando se ha levantado David, he podido oir la marabunta de felinos por el pasillo y los tropezones y murmullos dormidos de David.
Al rato me he levantado yo y aunque estoy acostumbrada a que me asalte Furia nada más abrir la puerta, hoy han sido los cuatro gatos. ¡Los cuatro! Es el despertador más efectivo. Casi no podía andar de tanto gato que había intetando rozarse conmigo. Ay, mis pequeños pedigüeños, que penita me ha dado ser tan descuidada. Así que he sacado las golosinas que tengo escondidas y que se que les encantan, y ese ha sido el desayuno de hoy. Y no parecían desgustados porque han comido en silencio y con ansia. Sin peleas ni bufidos. No hay nada mejor que el hambre para olvidar las desavenencias.
Y a otra cosa mariposa. Os dejo una fotillo de un nuevo broche. ¿No os había dicho como me gusta la lluvia?
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